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“Speak to those things that are not as though they are, and they will become it”


Todo comenzó en 2016, en mi primer año de universidad. Al cumplir la mayoría de edad, graduarte del colegio y salir al “mundo real” se siente como que nos las sabemos todas y somos más que invencibles ¿verdad? Pues este mismo año un golpe de realidad disfrazado de relación me enseñó que, efectivamente, ser invencible no era ni será una cualidad que los seres vivos tengamos. Cuando el cuerpo no resiste más, morimos. ¡Y vaya que me sentí muerta! Emocional, espiritual y psicológicamente muerta.


Al principio me sentí como en una película en la que el playboy por el que todas suspiran se fija en la freshman que nunca antes ha tenido novio y queda flechado por su sencillez y actitud de niña buena. Al fin y al cabo, a todas nos gusta sentirnos como esa mujer diferente de la que alguien se enamora porque “tiene algo que las demás no”. El problema, en mi caso, es que lo que atrajo a mi abusador no fue mi sencillez ni mi actitud de niña buena, fue mi inocencia y mi poca experiencia con las relaciones las que me hacían una presa tan fácil de manipular.


Vengo de un hogar separado y la mayor parte de mi vida me crié en la iglesia. Siempre fui muy segura de mí misma y una de mis cualidades más notables ha sido mi determinación y mi valentía para alzar la voz y luchar por mis ideales. “Mi carácter fuerte”, como todos lo reconocen. Siempre había soñado con encontrar a mi príncipe, al hombre que Dios quería enviarme para construir un futuro y mantenerme alejada de los “bad boys”, mujeriegos y rompecorazones. El problema es que es muy fácil confundir a estos dos tipos de hombres cuando los segundos suelen ser muy, muy buenos con sus palabras.


“Usted no es como las demás”, me dijo. “Usted es la que me va a hacer cambiar para bien y sacar lo mejor de mí”. Su pasado de mujeriego y una relación que recientemente acababa de terminar (o eso creía yo) eran indicadores de que debía alejarme de ahí a como diera lugar, pero me dejé llevar. Me gustaba la idea de sentirme la salvadora de un pobre hombre que pasó su vida buscando a la mujer indicada y ninguna lo había hecho cambiar hasta que aparecí yo. La atención que me daba, la manera en la que me presentaba con sus amigos mayores, los detalles... Sin darme cuenta caí rendida a sus pies.“ ¡Dichosa, todas quisieran tener un novio así!” Eran las palabras de todas mis amigas que también eran testigos de sus encantos.


Poco a poco empezaron las mentiras. Desde el año de universidad que se encontraba cursando (amigo, llevar cuatro años en la universidad repitiendo los mismos cursos no significa que vayas en cuarto año de carrera) hasta inventarse problemas de salud para generar lástima. Todo esto lo ignoré y se lo atribuí a que podía sentirse avergonzado y no quería dejar de impresionarme (¡súper romántico por cierto!). Luego vinieron los celos, que poco a poco fueron aumentando de intensidad. Noté su personalidad inestable e impulsiva, y su trasfondo familiar abusivo. También lo pasé por alto, pues me gustaba sentirme deseada y que me quería solo para él, además de ser la persona que lo ayudara a huir de sus problemas en casa.


A los pocos meses de conocernos, formalizamos la relación y ya estábamos teniendo largas peleas todos los días que me impedían enfocarme en mis estudios y en mi vida familiar. De hecho, ese semestre estuve cerca de perder tres cursos después de toda mi vida haberme destacado por mis buenas notas. Sus arranques de celos fueron volviéndose violentos y acompañados de insultos. “Perra fácil, seguro ya se c*gió a todos los de su carrera, por eso no me contesta”. Amenazaba a los hombres que se atrevían a dirigirme la palabra. Estuve recibiendo tutorías debido a los cursos que estuve cerca de perder y a mis espaldas le escribía a mi tutor que no le convenía acercarse a mí. Llegó a reclamarme hasta por mi personalidad social y extrovertida. Me decía que era una insegura y necesitada de atención que buscaba la aprobación de las demás personas desesperadamente y por eso pretendía ser amable con todos. “Es por sus daddy issues”, me dijo. “No creció con su papá y por eso no puede evitar ser así, pero yo la puedo ayudar a corregirlo porque la amo”. Todo esto lo acompañaba de links con estudios psicológicos reales mostrando el impacto que tiene la ausencia de los papás en la vida de los hijos.


“Speak to those things that are not as though they are, and they will become it”. Pues sí, me la creí. Me convertí en la mujer más insegura del planeta, me cuestionaba cada pensamiento y cada acción. Mi apariencia física. Después de escuchar todos los días que cada uno de nuestros problemas se debía a “mis inseguridades” por mis “daddy issues”, dejé de defenderme y los papeles se invirtieron. Ahora él me iba a salvar a mí. ¡Qué ironía! Dejé por un lado mi sexto sentido alertándome que algo no estaba bien. Eliminé los pensamientos sobre sus mentiras y se lo atribuí a la desconfianza que me generaba mi inseguridad... Estaba a su merced.


Tiempo después, esto se tradujo en un sinfín de eventos que nunca podría terminar de enumerar. Me decía que solo las mujeres inseguras usan maquillaje porque no se gustan a sí mismas, y lo dejé de usar. También me decía que las faldas, shorts, vestidos o blusas con escote eran de mujeres fáciles que querían atraer a los hombres con sus cuerpos porque no tenían el cerebro suficiente para hacerlo sin estar enseñando piel. Dejé de vestirme así. Me dijo que una mujer en una relación no necesita amigos porque su novio es más que suficiente. Cerré todas mis redes sociales (hasta WhatsApp) y me comunicaba con él por medio de una aplicación hecha exclusivamente para parejas. Me decía que pintarse el pelo es de prostitutas, que los piercings son de mujeres fáciles y que pintarse las uñas es sinónimo de poca clase.


El abuso psicológico continuó y eventualmente se convirtió en abuso físico. Las peleas involucraban jalones de ropa, brazo o hasta tirar todas mis pertenencias al suelo en medio de sus gritos. Un día esto sucedió en la universidad y el personal de seguridad se acercó a ver a qué se debía el escándalo. No me atreví a denunciarlo y seguí con mi relación, sin darme cuenta que tiempo después esto evolucionaría hasta llegar al día en el que realmente comencé a temer por mi integridad física. Era de noche, en una clase de la universidad. Revisando mi celular vio algo que no le gustó y tiró todo lo que pudo encontrar en su camino. El celular lo estrelló con mi cuerpo. Lloré como nunca y me tapó la boca diciendo que iba a arrepentirme si seguía gritando. Luché por salir de esa clase, por ser escuchada, pero no hubo nadie que me salvara. Al día siguiente amanecí con moretes, rasguños, dolor y aún en estado de shock.


De todo esto derivaron muchas más escenas similares dentro de la universidad, hasta que en medio de una de ellas me cansé y decidí finalmente poner fin a la relación. ¿Su reacción? “Demostrarle a las personas la clase de persona que yo era realmente para que dejaran de estar engañados”. La mala era YO y no él. Esto no podía arruinar su reputación. En ese mismo momento me hizo saber que tenía fotos íntimas mías en su teléfono (algunas de ellas tomadas sin mi consentimiento) y que las iba a hacer públicas. Le supliqué que no lo hiciera y dijo “lo único que puedo hacer es dejarla elegir las fotos que quiere que enseñe. Las elige usted o las elijo yo”. Correcto, tuve que elegir las fotos íntimas de mi persona que le compartió a mi propia familia para que él no eligiera “las peores”. En ese momento ignoraba que la ley me protegía. En ese momento no sabía como reaccionar. Me sentía sucia y merecedora de lo que me estaba pasando. En ese momento creí haber muerto y tocado fondo, pero aún faltaba más infierno por vivir.


Terminamos oficialmente después de lo sucedido. Ahora estaba sola y con infinitos problemas en mi casa por lo sucedido, mientras que por su parte se encontraba de fiesta y persiguiendo a muchas mujeres. De parte de la universidad me prestaron servicio de psicología y llevaba ya algunos meses en terapia. Las consecuencias eran evidentes en mi peso extremadamente bajo, en mi pelo que se caía, pero sobre todo en mis emociones quebradas. Me tomó mucho tiempo volver a encontrarme.


Al poco tiempo comenzó a buscarme de nuevo. Lloraba, me decía que fue un idiota. Que su vida no era la misma desde que yo ya no estaba. Y sí, volví a caer muchas veces. A pesar de que en este tiempo pude confirmar muchas de mis sospechas sobre sus mentiras y sus infidelidades durante la relación. Nunca regresamos oficialmente pero tampoco lo detuve cuando me buscaba. No sabía por qué yo misma seguía regresando a ese lugar; era incapaz de reconocer mi dependencia. Este ciclo sin fin se extendió por largos meses hasta que poco a poco, con todo el amor de mi familia, de mis amigas y de mi psicóloga, comencé a verdaderamente re-encontrarme a mí misma. Uno de mis mayores motores fue una amiga que hoy es como mi hermana, quien pasó por la misma historia y con el mismo abusador. Resulta que esta persona llevaba dos relaciones igual de tóxicas con dos mujeres bastante parecidas al mismo tiempo. Las dos éramos ex novias que abusó, lastimó y persiguió cuanto pudo. Nos hizo odiarnos haciéndonos creer que no tenía nada que ver con la otra, hasta que la verdad se supo. Sí, el mundo es así de pequeño y sí, esto es una prueba de que los abusadores no cambian, solo evolucionan.


“Speak to those things that are not as though they are, and they will become it”. Empecé a hablar vida a mi corazón, a consentirme, a decirme palabras bonitas. Tal como sucedió en el pasado, tarde o temprano me lo iba a creer, pero esta vez para bien. Fue un proceso lento pero maravilloso.


Conocí a mi novio, con quien llevo un poco más de dos años de relación. Tuve mis dudas. Al principio no quería tener nada que ver con ningún hombre por muchos años más, pero poco a poco le fui dando mi confianza. Sucede que mi abusador se enteró que estaba saliendo con alguien nuevo y no dudó en marcar su territorio. Encontró la manera de comunicarse con mi ahora novio para decirle que no perdiera su tiempo con esa “perra fácil que ya está usada. Búscate otra que valga la pena. Tengo fotos por si queres pruebas”. Cuando me enteré me derrumbé. Mi abusador me convenció de que nadie más me iba a querer y ahora eso se estaba volviendo realidad.


El final lo podrán imaginar. No solo esa llamada no tuvo ningún impacto sobre mi novio, sino que lo movió a amarme más. A cuidarme más. A valorar más mi libertad. A admirarme. “Speak to those things that are not as though they are, and they will become it”. Hoy soy una guerrera. Soy digna de amor. Por sobre todo, soy responsable de levantar mi voz y decirte que sí existe una salida. Que existe gente dispuesta a amarte tanto que tus miedos se espanten. Que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a ejercer tal poder sobre tu vida aunque ahora no lo parezca. Aunque sientas que eres incapaz. Si hay alguien que ha hablado tanta maldad a tu vida que ya te la creíste, empieza tú a hablar bondad. A hablar coraje y valentía hasta que eventualmente, tú puedas convertirte en todo eso.


Yo estoy contigo. 🤍

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